LOS ECOS DE UNA TRAGEDIA
Por Antonio-Pedro Tejera Reyes*
Parece imposible que de nuestra mente se aparten las imágenes del robo del que fuimos objeto hace ahora algunos años atrás, en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía, en Caracas. Hacemos cuanto podemos para olvidar los trágicos momentos vividos allí. Imposible.
La reposición de los archivos personales de casi toda una vida que invariablemente “cruzaban el charco” acompañándonos de un lado a otro con el fin de tenerlos siempre a mano, tanto en Venezuela como en Canarias, o donde el destinos nos ha llevado en estos largos años, eran elementos que suponían un constante apoyo a nuestra actividad, por lo que a diario tenemos forzosamente que acordarnos de ellos…
Familiares, amigos y conocidos, nos contaron sus amargas experiencias en Venezuela, en estos campos del delito, queriéndonos consolar en esos tristes momentos, momentos que no sabíamos cuando iban a concluir… pensamos ahora que nunca.
Golpeados como fuimos hace solo unos pocos años por una maquiavélica acción, con la cual no pudo ni la justicia, recordamos como nos desvalijaron y asaltaron hasta nuestras cajas de seguridad bancaria, llevándose cuanto encontraron a su paso personajes que siguen pululando por esos mundos del diablo – no podemos decir de Dios – amparados en sutiles engaños y en la credibilidad que siempre hemos querido darle a personas que considerábamos honrados amigos. ¡Que ingenuidad!
Ni siquiera esta acción que comentamos, y sus implicaciones – inclusivas de carácter familiar – pueden compararse a la pérdida que padecimos en Maiquetía.
Y es que refugiados en la realidad, de la que no podemos evadirnos, intentamos por todos los medios superar el fuerte impacto que nos produjo la indefensión en que nos encontramos y, sobre todo, la toma de conciencia que nos dice que no somos nadie… Que estamos expuestos, no solo a que nos roben hasta las cajas de seguridad de los bancos, sino, ante nuestras propias narices, las cosas más valiosas de nuestra existencia, aunque su valor material no le sirvan para nada a nadie, y solo sea su valor espiritual el que debía ser respetado en todo su extensión. La vida debe de ser así… Pero los que sabemos ya del engaño, la infidelidad y la mentira, no deberíamos extrañarnos de nada…
“Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando…” dice el famoso tango… Esto es lo que ocurrirá, pero la marca indeleble de la tragedia humana que vivimos permanecerá como una constante en nuestra vida, cada vez que nos sentemos ante el ordenador, o tengamos que recordar aquella dirección que apuntamos hace más de 40 años, en la agenda que invariablemente transportábamos en el famoso maletín robado, del cual – como infinito tesoro ahora – guardamos una fotografía que le tomamos, hace ya unos años, en el Hotel Europa, de San José de Costa Rica, sobre una descomunal cama matrimonial, para mostrar las exageradas dimensiones de la misma.
No, no nos ayudan en nada los insólitos casos que nos cuentan. Los habíamos oído toda la vida, pero nunca pensábamos que podían ocurrirnos a nosotros y menos aún, con las mil y una medidas de seguridad que decíamos conocer. ¡Que ingenuidad!
La historia es una e irreversible. Los hechos están ahí y no se pueden cambiar. La advertencia es para aquellos que, como nosotros, creen saberlo todo y tenerlo controlado. Nos maltratan, nos roban y nos destruyen nuestras mejores ilusiones toda una caterva de sinvergüenzas delincuentes inadaptados que nos acechan por todos lados, sin que nos demos cuenta de ello, hasta que no tengamos más remedio que aceptar la realidad que se nos presenta con toda crudeza a la vista, haciéndonos el mayor de los daños…
Eso es lo que hay y lo que hemos visto cuando sentimos ahora los efectos en carne propia, del destrozo descomunal de un trabajo elaborado sobre las bases de la experiencia, la honradez, la honestidad, el esfuerzo personal y el conocimiento, un destrozo manipulado, azotado por los celos, las envidias y los intereses espurios de quienes no han sabido valorar ni lo que tenían delante, ni las consecuencias de sus erradas decisiones, movidos por apetencias personales, algunas difícilmente confesables.
El desahogo de poder escribir estas líneas y verlas publicadas, son la esperanza de que haya quién recoja estas enseñanzas, y aún puedan evitar situaciones que parece solo detectamos cuando ya no tienen ninguna posibilidad de enmendarse. Son los lamentos del que se ha visto como ha sido salvajemente tratado, robado y vilipendiado, y no tiene otro medio mejor para quejarse… Que Dios nos ayude.
(Del Grupo de Expertos la Organización Mundial del Turismo, de las Naciones Unidas, ONU)