MISTERIOS DE DOS GENIOS
Una vez más los invito a disfrutar de esta interesante joya literaria enviada por nuestra distinguida y generosa colaboradora Máster en Literatura española
Josefina Haydée Argüello*
El siglo XIX fue un periodo de grandes inventos. Sin embargo, las ciencias no le ofrecen al hombre ninguna prueba absoluta de la existencia de Dios. El aspecto espiritual pide que haya alguna realidad más allá de lo material.
Los avances científicos ocurridos influenciaron a muchos escritores. Víctor Hugo y Rubén Darío no fueron la excepción.
El 10 de abril del 2014 se publicó en la editorial francesa Gallimard un folleto titulado “Le livre des Tables” sobre las sesiones de espiritismo llevadas a cabo por Víctor Hugo durante su exilio en la isla de Jersey.
Delphine de Girardin en 1853 llega a Jersey e inicia esta nueva ciencia. En casa de Hugo y después de la cena deciden girar la Ouija y preguntan: ¿Hay alguien aquí? Y, se escucha un ruido y un pie de la mesa se levanta. Cuando piden la identidad dice: “hija”. Todos piensan en Leopoldine, la hija de Víctor Hugo, muerta en el rio Sena pocos años atrás.
Este encuentro que vieron hace a Hugo adepto a estas experiencias. Los espíritus llegan y reciben a Sócrates, Moisés, Mahoma, Caín, Alejandro el Grande, y a Jesús.
Por otro lado, a pesar que Darío, no era adorador de las ciencias ocultas, era un entusiasta investigador de ellas.
Junto con Leopoldo Lugones y Patricio Piñeiro tuvo largas pláticas sobre asuntos teosóficos y otras filosofías.
También los teatros de Buenos Aires, Argentina estaban exhibiendo las experiencias de adivinación y ocultismo con gran éxito del hipnotizador y taumaturgo (alquimista) Enrique Onofroff.
En El Mundo de los sueños de Ángel Rama aparecen una serie de artículos de Rubén Darío publicados en el diario La nación de Argentina, entre los años 1895-1911, donde narra aspectos del mundo misterioso.
En Onofroffismo (1895) bajo el seudónimo de Misterium, comenta sobre las amputaciones de fraude de “los horribles hombres científicos” pronunciados contra Madame Blavatsky y a la sociedad Teosófica.
Mencionando un hecho extraordinario publicado en “Occult Nord” de Alfred Percy Sinnett, escritor inglés (1840-1921) publicado en 1881 en Londres en la sección llamada “Occult Phenomena”, cuando la rusa Madame Blavatsky ordenó cavar en cierto punto del campo para buscar una taza de café igual a otra que se había extraviado durante el picnic momentos antes, bajo la concurrencia de muchas personas.
La nueva taza fue “creada por ocultas y mágicas influencias” nos cita Darío.
Misterium lamenta que los hombres de la ciencia “no respeten los hermosos sueños ni los poéticos entusiasmos”. Probándose con ello que, aunque Darío no se dejaba sugestionar por estas creencias, sí admiraba el contenido poético y artístico de estas manifestaciones.
En el artículo: “La boca de sombra (1905)” Darío hace un comentario misterioso:
“Existen muchas cosas en el cielo y en la tierra, que no comprende nuestra filosofía”.
Y, menciona además un viejo adagio que dice así: “que a los postres de una comida se llega a hablar de la inmortalidad del alma….”.
Nos cuenta una anécdota ocurrida al poeta Santiago Argüello, —director del instituto de León, Nicaragua—, que mientras habitaba en una casa construida sobre las ruinas de un convento franciscano separado por un muro de la actual Iglesia San Francisco, —lugar donde siempre se habla de apariciones y manifestaciones extra naturales—, se encontraba el poeta y su esposa conversando en una hamaca en las piezas que dan al lado de la calle, y de pronto vieron una monja que iba con paso lento hacia el interior de la casa que pasaba rosando una de las sillas. Siguieron la figura, la cual se les esfumó dejando la mecedora tropical en continuo movimiento, con lo que pudieron comprobar que el hecho no había sido una alucinación.
Casos como estos hacían meditar a Darío.
Cuando vivía en Guatemala, una noche, dieron tres golpes secos en el interior de su casa. Como los golpes se repitieron él y su esposa Rafaela Contreras verificaron que la puerta se encontraba bien cerrada. Sintieron que unos pasos se acercaban y luego los pasos se alejaban hacia la calle. Sonaron tres fuertes aldabazos de nuevo. Abrieron la ventana a la calle y vieron a un policía ¿Ha salido alguien preguntó?, No señor le dijo, pero han dado tres golpes en la puerta….
Darío apuntó la fecha y la hora.
En correspondencia recibida de la “Estrella de Panamá” anunciaban la muerte del costarricense Jorge Castro Fernández amigo de su juventud, sucedida el mismo día y hora del fenómeno llamado “metafísico” por el mismo Darío.
En su artículo titulado “Siempre el misterio, (1911)”, cuenta el caso de un estudiante, quien en vida había sido recomendado por Leopoldo Lugones y a quien él trató por un tiempo. Al morir éste, la viuda le contó que después de haber llegado a depositar flores a su tumba, algunos días después de darle sepultura, se fue a almorzar a un restaurante situado en el boulevard Saint-Michel. Al poco tiempo, llegó el señor M, su mismo difunto. Ocupó una mesa al lado de ella, quién al verle dijo: ¡Mi marido! Y los niños, ¡Ahí está papá! El reencarnado después de consumir su plato, pagó y se fue del local sin decir palabra. Allí, afirmaron que era la primera vez que lo veían. Diciendo Darío: “no se trataba, pues, de un sosie, sino de un caso extraordinario”.
Darío era un gran soñador. Sueños que trataba de interpretar adentrándose más en las ciencias ocultas y a través de estos “mistagogos” (Sacerdote de la gentilidad grecorromana) de la “belle èpoque” buscando iluminación a su angustiado espíritu. También, Víctor Hugo trataba de sofocar sus sufrimientos por la pérdida de su hija y por las mismas angustias del espíritu insatisfecho que consumía a estos inteligentes genios pensadores.
*Máster en Literatura Española