Qoyllur Rit’i LA HISTORIA DEL DEL NEVADO LA ESTRELLA FIESTA QUE TAMPOCO SE CELEBRA POR EL COVID-19
Por Alfonsina Barrionuevo*
Qoyllur Rit’i, que levanta sus puñales de hielo sobre un horizonte de añiles, es uno de los pocos santuarios inkas que logró trascender los siglos españoles. Aún continúa congregando a miles de hombres, mujeres y niños, que en su recorrido se desplazan como un gigantesco ballet, conmoviendola tierra. Ellos llegan desde las provincias del Qosqo y también de Huancavelica, Apurímac, Puno, Arequipa, Tacna, Moquegua y parte del vecino país de Bolivia para participar en la celebración.
El santuario del Señor de la Rinconada se levanta en sus faldas, en la hondonada de Sinak’ara, a más de 4,800 metros de altura. El Cristo que apareció milagrosamente en un farallón no logró destruir su jerarquía de templo cósmico. Los pobladores andinos aprovechan su fiesta, que se lleva a cabo unos días antes del Corpus, para rendir homenaje a sus manes ancestrales. Un ritmo de wayno sacude las pampas por donde convergen al son de pitos, bombos y tambores. Su marcha es magnífica. A su paso los cerros cobran vida, se humanizan. Las punas se agitan ante la avalancha humana. Una revolución pacífica toma las cumbres y se extiende hasta tocar el infinito.
De acuerdo a sus creencias deben ver, por lo menos una vez en su vida, a la estrella Qoylluro Venus fulgurando sobre el nevado. Así, ella alumbrará con su luz el camino de su existencia. Por una curiosa dualidad de cultos son devotos al mismo tiempo del Cristo y del nevado. Llevados por un fenómeno de sustitución de credos, que no se consumó del todo, prenden velas al Señor impreso en la piedra y al mismo tiempo confían al nevado sus cuitas. Pagan devotamente misas de cinco a cien soles, pero ofrecen a una de las wakas menores la primicia de sus manos, los allwis o primeros tejidos que hicieron en su niñez, para que los haga buenos tejedores. Rezan y lloran con unción ante la sagrada imagen que está en la iglesia, e igualmente realizan baños lustrales para limpiar de males su cuerpo y su alma. Acuden a las misas con el trasfondo colorido de las danzas de cientos de qoyachas, cóndores, siqllas, qollas, contradanzas, qhapaq ch`unchos, majeños y caporales, pero intervienen en una feria de sortilegios muy privada, donde realizan sus sueños. Las solteras logran su compromiso para un matrimonio futuro aunque no tengan novio, los enfermos piensan que recuperarán la salud, los pobres que tendrán dinero. El oficiante, por supuesto, es un sacerdote andino.
Desde que me enteré de su existencia estuve tras su rastro, aunque sin saber por dónde empezar. Fueron unos veinte años esperando encontrarlos. La segunda vez que fuia Qoyllur Rit’i, «la Estrella de Nieve» o «el nevado con polvo de estrellas», nombres muy poéticos pero que no le corresponden, me preguntaba quiénes serían entre esa abigarrada multitud que se mueve en sus faldas alrededor del santuario. Al nevado se le conoce así, aunque en realidad su nombre debe ser «el nevado de la estrella», por su vinculación con la Qoyllur. La pequeña estrella rosada se coloca sobre sus glaciares, en ciertas épocas del año, y los irradia con la energía cósmica que ellos buscan.
Los ukhukus son bufones en las comparsas de baile de otras fiestas, ellos caminan o bailan con el zurriago en la mano para asustar a los chiquillos, pero en ésta son los supremos sacerdotes de Qoyllur Rit’i. Su salvaje figura, entre la bruma por donde los vi pasar, adquirió una irrealidad fugaz. Se veían más altos. El rostro cubierto con un waqolo o máscara pasamontaña negra o blanca y un enorme penacho de lana de alpaka como una cabellera enmarañada o airón sobre su cabeza. Túnica de alpaka, mayormente negra porque es un hombre oso según la leyenda. Un collar de colmillos y uñas de oso, puma, zorro, colgando de su cuello. En una mano el zurriago cortaviento y en la otra su «almita» o sea la reproducción de sí mismo en un muñeco.
Solamente ellos pueden subir en la noche al nevado y jugar en sus glaciares, encender hogueras, deslizarse en improvisados toboganes y al filo de la madrugada arrancarle bloques que cargan en sus espaldas. Bajan entre el ulular de sus poros (pequeñas calabazas que se recortan en la parte superior produciendo un sonido ronco al soplarlas) y entregan trozos a la gente que los espera ansiosa.
Durante el día los ukhukus, paulitos o pabluchas se quedan alrededor del atrio de la iglesia como celadores y controlan el tiempo que debe durar la ejecución de cada danza en homenaje al Señor de la Rinconada, para que todos puedan rendirle su ofrenda. Este es un Cristo que apareció pintado en la roca en el siglo XVIII, recibiendo el mismo culto que el nevado y la estrella. Las misas que contratan los fieles se suceden una a otra en las mañanas del novenario y luego el día principal. La única nave se calienta con el bosque de velas que arde en su interior todo el tiempo y se perfuma con las flores que le llevan.
Su historia y su leyenda se vinculan con un niño Andino, Marianucha o Marianito Mayta, que tuvo como amigo y compañero de juegos en el desolado páramo de Sinak’ara al propio Niño Dios. Un día sus padres le compraron ropa y su compañerito quiso cambiar también su túnica que se deshacía en hilachas. Para tener una nueva le mandó donde el señor cura con un retazo de la que usaba como muestra. «Esta tela es de iglesia», exclamó con tono acusador el párroco Pedro Landa, preguntándole de dónde la había tomado. Atemorizado el pastorcito, porque pudiera creer que la había robado, se escapó. Su amigo, el Santo Niño Manuelito, de Emmanuel, le sugirió que fuera al Qosqo donde el señor obispo, Manuel Moscoso y Peralta. Este confirmó que era tela de iglesia y mandó al cura de Ocongate averiguar qué niño era ése, que usaba ropa hecha con tela de brocado, propia de las vírgenes y los santos. Como Marianito no quiso revelar dónde estaba su amigo el cura organizó con sus padres y la gente de las estancias aledañas un ch`ako humano, una cacería para coger al forasterito. Al ser sorprendido el Niño blanco corrió hacia un árbol de tayanka. Cuando lo rodearon se apretó al tronco y como trataron de agarrarlo se convirtió en la figura de un Cristo sangrante. El pequeño pastor sólo vio a su amigo con una corona de espinas sobre la cabeza, heridas que desgarraban su frente y el rostro contraído en un gesto de agonía. Su dolor fue tan grande que cayó fulminado por un paro cardíaco. El Cristo pasó de la tayanka al farallón y allí está. Marianito reposa a sus pies.
De pronto comenzó a nevar. Las faldas del Qolqepunku, verdadero nombre del nevado, «puerta de plata» o «puerta celestial», a través del cual se recibe la energía de la estrella Qoyllur, quedaron blancas con el manto de nieve.
Fui la primera periodista en llegar con la fotógrafa Julia Chambi, Zuly Azurin y Augusto Achahui, que fue nuestro guía, Antes lo hizo Víctor Chambi que tomó las primeras fotografías que me entusiasmaron y me empujaron a convertirme en peregrina de Qoyllur Rit’i, de la cordillera del majestuoso Ausanqati.
* Abogada, investigadora, escritora Peruana