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EL DANZAQ MÁGICO  

 El origen de la danza de las tijeras según una leyenda

Por. Alfonsina Barrionuevo*

Llegué a Puquio una tarde en que el sol la envolvía con la tibieza de sus rayos. Pero apenas se fue arreció el frío. En el único hospedaje que había me acurruqué en mi bolsa de dormir. Fui para hablar con un bailarín de tijeras de quien me hablaron. Lo encontré finalmente y cuando pregunté por su historia me invitó a caminar por sus alturas en busca de una paqcha mágica. Había en él una alegría desbordante y recordé a José María Arguedas que estuvo en el pueblo y escribió la historia del legendario Rasu Ñit’i que entró danzando al reino de la muerte.

Tuve la suerte de haber entrevistado a la primera pareja de danzaq que llegó a Lima. 

Uno de ellos, Gerardo Chiara, dijo que la danza de las tijeras se remonta a épocas muy antiguas, antes de los españoles. En Parinaqochas, me explicó, se hablaba de un pequeño danzante que bailaba en el interior de una paqcha o cascada, con una castañuela de piedra, acompañándose con la música que producía el agua al caer en una artesa natural.

El río de Wanka Wanka, mencionó en su relato, baja de las alturas y va formando cascadas que embalsan sus aguas en plácidos remansos. En ellos se bañan las sirenas, pero lo más extraordinario es que en el interior de sus cuevas cientos de gotas producen al chocar con el piso sonidos musicales que siguen los danzantes. Por eso van allá arpìstas y violinistas, para recogerlas.

Mi danzaq guía me contó que una joven mujer que vivía cerca del río mandó a su hijo de once años buscar leña para cocinar. El muchacho se alejó y reunió la suficiente. Se  sentó para descansar y en  eso se le acercó otro niño casi de su misma edad, quien le propuso jugar al lado de la paqcha. Así lo hicieron divirtiéndose enormemente, hasta que de pronto el niño misterioso comenzó a bailar haciendo acrobacias con los pies y siguiendo el compás con una castañuela de piedra que hacía sonar como si fuera de metal.

Impulsado por la música que parecía brotar de la paqcha el muchachito imitó a su compañero, repitiendo sus mismos pasos con una alegría que lo hizo olvidar todo. Cuando el ruido de la paqcha lo devolvió a la realidad el niño misterioso se arrojó al agua y no volvió a aparecer.

Esperó largo rato que volviera, pero, luego, cargó su q’epe o atado con leña sobre la espalda y regresó  a su casa con la “castañuela” de piedra que el otro dejó en la paqcha.

Ya en su casa puso en el suelo su carga y, recordando la extraña melodía, se puso a bailar con mucho ímpetu, usando la castañuela de piedra tal como vio. Su madre sorprendida le preguntó qué pasaba, pero como él no parecía darse cuenta de nada lo siguió angustiada, observando que en la parte posterior de su pantalón llevaba colgando un tusuq muñeco, un muñeco bailarín, con vistosas ropas de colores. Se lo arrancó y entonces, como por encanto dejó de bailar. Ella quiso quemar al muñeco y destrozar la rumi tijera. Su hijo le rogó que no lo hiciera refiriéndole lo pasado y suplicándole  que le hiciera  un vestido igual al del tusuq muñeco.

Su historia fue conocida rápidamente en el pueblo y todos acudieron para verle bailar quedando asombrados con su danza.

Los llaktakumunruna, autoridades del lugar, decidieron que el prodigio no pasara desapercibido y acordaron realizar una gran fiesta. Pero faltando pocos días el niño desapareció. Su madre con el rostro lloroso fue preguntando por él de casa en casa sin resultado. Finalmente, al pensar que su desaparición tenía algo que ver con la paqcha, pidió a dos amigos de su hijo que fueran al sitio. Ellos decidieron ir al Wanka Wanka y allí estaba bailando cerca de la cascada, siguiendo el ritmo de una música bellísima. Ambos creyeron que dentro de la cueva alguien estaba tocando algún instrumento pero no vieron persona humana. Entonces fueron unos músicos distinguieron dos figuras como de “gente que no eran gente”, que tenían dos instrumentos muy raros (el arpa y el violín).

El niño bailarín les dijo que debían lavarse las manos con el agua y al obedecerle quedó grabada en su mente la imagen de los instrumentos. Una vez que regresaron al pueblo, dijeron que habían visto a sus padres, los gentiles, “y habían aprendido su arte”. Luego fabricaron los instrumentos cortando la madera y dándole una forma parecida a la vista. Hecho esto se pudieron a tocar y los habitantes del pueblo se fueron acercando. Al niño le bautizaron con el nombre de tusuq o danzante y con él  formaron un grupo  que atrajo la atención de los pueblos vecinos.

El niño bailarín, quien llegó a ser un gran danzante, desapareció un día para siempre. “Los danzantes aprenden como ese niño, mirando no más”, dijo Chiara. Cuando tienen contrato hacen la pachaq t’inka para que la tierra no amarre sus pies.

De regreso mi guía bailarín me mostró la estatua del tusuq Benito, que era pawaq, es decir volador en la mágica tierra de Puqyu.

*Abogada, Investigadora, periodista peruana.

Portada :fotoperuanooextranjeros

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